Este
año comenzó con la superchería del fin del mundo, basada en una interpretación
del calendario maya.
La industria no se hizo esperar y enseguida pusieron en marcha producciones enormes sobre cómo sería la catástrofe que pondría fin a nuestra civilización, sin ninguna originalidad particular, llevados por el terror de la destrucción de maremotos, tornados, congelación planetaria, meteoritos y demás teorías que cayeron casi siempre en la culpabilidad del ser humano y su comportamiento con el planeta, enviando un mensaje de conciencia empalagoso y fácil.
La industria no se hizo esperar y enseguida pusieron en marcha producciones enormes sobre cómo sería la catástrofe que pondría fin a nuestra civilización, sin ninguna originalidad particular, llevados por el terror de la destrucción de maremotos, tornados, congelación planetaria, meteoritos y demás teorías que cayeron casi siempre en la culpabilidad del ser humano y su comportamiento con el planeta, enviando un mensaje de conciencia empalagoso y fácil.
Después
de esta orgía del desastre, llegó el guión de Kim Fupz Aakeson, dirigido por
David Mackenzie, titulado Perfect Sense,
una historia que deja de lado lo colosal de una posible extinción y se enfoca
en el problema humano, tejiendo una historia de amor protagonizada por un Ewan
McGregor y una Eva Green que asumen con naturalidad sus papeles, en medio de
una epidemia mundial cuyo origen es desconocido, y provoca, poco a poco, la
pérdida de los sentidos.
Todo
esto desde el punto de vista de un cocinero (McGregor) y una epidemióloga
(Green) que se conocen y empiezan una relación a la que se aferran a pesar de
ir siendo poco a poco contaminados por este mal.
Lo
interesante de esta película es la valentía del director al tomar el mando con
un guión tan bien pensado como su espada y antorcha, utilizando recursos
cinematográficos que permiten al espectador vivir en primera persona la
experiencia de la epidemia, sin necesidad de grandes efectos especiales ni trampas
visuales ni sonoras. Este drama intimista que en vez de utilizar la ciencia
ficción, la recoge y la lleva a su terreno, utiliza recursos sutiles pero
precisos, logrando captar la emoción sincera del gran dilema que nos presentan
y a la vez, contrario a lo esperado, nos abre la puerta a la esperanza.
El
guionista estudió todas las posibilidades y nos presenta cómo la humanidad se
prepararía para algo similar, de una forma tan real que nos hace entrar en la
historia sin darnos cuenta, sin necesidad de reuniones en el Pentágono ni bases
militares bajo el mar o satélites enormes ni otras soluciones infantiles de las
grandes producciones. Todo lo contrario: nos brinda un escenario desde dos
ciudadanos de a pie que se hacen débiles por el amor y la vulnerabilidad de sus
cuerpos ante la enfermedad. Se agradece la falta de un genio de laboratorio que
explica con frases absurdas el problema y lo que deberíamos hacer para
solucionarlo, o el conflicto entre el protagonista-héroe y las figuras de
poder, bien sea militares o villanos que quieren destruir por destruir. Se
agradece que haya sido tan visceral que dé miedo real, porque no se basa en
escenarios fantasiosos y fáciles sino que pone a prueba nuestra racionalidad,
mostrándonos qué ocurre en occidente y en oriente, pero no en las casas de
gobierno sino en los pueblos, entre la gente, en la opinión del ciudadano de a
pie. La maravilla, me parece, es la cercanía y la madurez con las que director
y guionista decidieron sumergirnos en esta historia que a medida que crece, más
filosófica se convierte.
Los
seres humanos somos, actualmente, la raza dominante del planeta por nuestra
capacidad de adaptación, tanto física como psicológicamente. Y todo ello, según
mi punto de vista, se debe a la capacidad de la fe. La esperanza nos hace menos
vulnerables en las situaciones extremas. No quiero decir religiosidad sino fe,
en cualquier cosa, para poder darle sentido a estar vivos. Quizás por eso nos
enamoramos de otra persona o construimos casas, por la fe de sembrar, de perdurar
de algún modo en el tiempo.
En
cada acto de Perfect Sense nos
explican cómo los seres humanos luchan contra el mal sin dejarse morir del
todo, culpando al otro, odiando y amando, tendiendo las manos, buscando el tan
codiciado control de la sociedad para poder seguir viviendo. En esto, el
director utiliza dos discursos que están entre la ficción y el cine documental.
Lo vemos desde el plano social, con noticias del mundo llevadas por la voz en
off de Eva Green e imágenes de varios formatos y calidad que son como
pinceladas de la historia de la humanidad, al punto de hacer dudar de si se
tratan de imágenes de archivo o no (documental); y desde el plano individual,
con una historia de amor en gran parte clásica y a la vez devastadora en muchos aspectos, con la originalidad de que el
gran problema es la epidemia y sus efectos secundarios (ficción).
En
este aspecto, el de los efectos secundarios de la epidemia, la película también
gana en cuanto a la interpretación, dándonos un abanico de emociones que
experimentan los afectados justo antes de perder algún sentido, cada uno
explicado por esta voz en off que analiza lo que ocurre, sin posicionarse,
mostrándonos todo lo que somos, en una especie de tratado de la humanidad, de
principio a fin, hambrientos y demonios, angelicales y satisfechos, con coreografías
desenvueltas con gran talento. Es siempre agradable ver a actores que experimentan más allá del mero títere físicamente atractivo, y se dejan llevar hacia lo físico, siempre y cuando esté justificado y enriquezca la narrativa, y Mackenzie utiliza este recurso con gran maestría, ofreciendo visualmente mejoras al guión gracias a que sabe dónde la técnica de sus actores puede dar más de lo que ellos mismos creen, a decisiones que se tomaron en su departamento desde la necesidad de contar, deshaciendo la mojigatería de lo que podría ser o no comercial.
La
edición juega un papel importante y protagónico, usando los ya mencionados
recursos de dirección y llevándolos al terreno del cine moderno sin olvidar la
influencia de Kuleshov en cuanto a la asociación de imágenes para explicar lo
que la voz en off no debe, porque esta narración no cae en lo explicativo ni en
lo molesto. No nos quita importancia en las imágenes y no es utilizada por
falta de virtud del cinematógrafo sino más bien como un complemento artístico
que dona belleza a la historia.
A
pesar de que desde lejos parece ser una historia pesimista, por su crudeza, el
todo es un canto a la fuerza del amor ante las tragedias, y todo esto sin
irrespetar al público con falsos mensajes de esperanza ni con ansiolíticos
visuales, sino analizando profundamente las emociones y haciéndonos temblar en
nuestro interior y hacernos plantear la relación con nuestra raza, con el futuro
y con el presente.
Me quedo con la agradable sensación de este viaje emocional y de haberme enredado en el imaginario de Mackenzie/Aakeson, después de haber hecho balance de las cosas que creemos necesitar con aquellas que realmente necesitamos para sobrevivir.
Giulio Vita